Reyes y peticiones

La inocencia no debería correr nunca pareja a la ambición sino a la ilusión, como así lo hace en la inquieta caligrafía de ese niño que escribe emocionado a los Reyes Magos, una carta con hechuras de catálogo, donde le pide todo eso a lo que le incitan los mamotretos publicitarios de que es víctima,  y aquello que le demanda la imaginación.
En ese infantil terreno toda desmesura es perdonada, toda mentira digna de ser verdad, y como es así,  pasan por sus casas los Reyes y les dejan aquello que le es más querido, especialmente la constancia de su real existencia. El mundo interior de un hombre necesita saberse sólidamente anclado a la realidad, también el del niño, y qué mejor prueba que sostener en las manos ese mágico juguete nacido de la magia de sus queridos Magos.
Los Reyes de los niños son más magos que reyes, no así los de esos cargos públicos que vieron en el paje consorte la oportunidad de escribirles una carta con carácter permanente y retroactivo. Una carta que le costó un ojo de la cara al contribuyente.
Estos hombres y mujeres sin inocencia ¿qué le pidieron o tenían pensado pedirle a los Reyes?, magia no  desde luego, debía ser algo más sólido, quizás el líquido de un favor sin género ni número, incalificable digo. O tal vez solo saberlos ahí de mano para mangonearlos a su gusto recordándoles que fueron tan buenos que rozaron la idiocia, obviando claro que su indolente generosidad salía del pueblo soberano que no Rey.

 

Reyes y peticiones

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