El niño Bescansa

Somos ciudadanos de un país niño, siempre recién, siempre reciente, siempre al rabo de la teta. Digo ciudadanos cuando debería decir soberanas voluntades empeñadas en proclamar ufanos lo social soy yo y lo público mis intereses. 
Siendo así, que mejor metáfora de ese nuestro ser político que el niño de la diputada Bescansa. Leve infante que en tiempos de menos manoseo político habría sido celebrado como supremo acto de exaltación democrática. Un hito. Un ático. Algo épico. La máxima expresión de temprana participación ciudadana. En fin, una gloria con ventanas a la calle de toda alegría y alborozo democrático. Y es que ha ido a parar el infante a la catedral del pueblo, lástima que no haya sido para impregnarse de los sanos valores de la solidaridad, tolerancia y honestidad sino de las miasmas de una clase política trufada de corruptelas, demagogias, desmanes y desdenes. 
Un peligro, eso corrió, que pudo ser incluso peor, imaginemos que siguiendo ese quehacer político de convertir todo acontecimiento, incidente o accidente social en contundente instrumento de agresión, se lo arrojasen físicamente a la cabeza. Veríamos entonces volar niños, rastas, ramos de flores y constituciones alternativas, alternancias deconstructivas y demás utilería decorativa. Esperemos que ese bebé que ha entrado por esa puerta chica como rehén político salga algún día por la puerta grande del pensamiento hecho un ciudadano libre y de bien.

El niño Bescansa

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