LIBROS Y DÍAS

Hoy no es el día del libro y los libros lo agradecen, no les gusta tener su día, nacieron para ser y estar en nuestras vidas todos los días. Pero nosotros no somos libros sino lo efímero de su eterna memoria. Necesitamos por eso etiquetarlos en un día en el que levantarnos y tomar conciencia de ellos. En el que advertimos unos a otros de su existencia y la necesidad de recordarlos, aunque sea solo por ese día.
No quiero ponerme estupendo en la crítica de su día, ese en el que no son, el único en el que de verdad los ignoramos. Y no quiero porque quizá si tuviera que rendirles homenaje, terminaría dedicándoles un día. Somos de celebraciones bárbaras. De “días de todo y vísperas de nada”. Mi relación con los libros nace de la viva carencia cultural que padecí en ese tiempo en el que las escuelas eran de piedra, y los maestros héroes decapitados que las iba horadando, creando espacios con la sola fuerza de la palabra de sus bocas truncadas. Ese es de verdad para mí el día de los libros. De su mano aprendí que el verbo dolido de aquel hombre se hacía carne de conocimiento. 
La magia del libro iluminó mi singularidad sin descuidar la de los demás, y desde ese día fui mejor, porque me comprendí en lo que me agradaba y en lo que me desagradaba. Y lo que no es menos importante, me aproximé a los demás con la humildad de reconocerme en ellos. Por eso hoy los libros son la limpia luz de mis días y la dulce penumbra de mis noches.

LIBROS Y DÍAS

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