Los Gaizka

Escribir la historia supone acometer el titánico esfuerzo de someter la imaginación a los exactos parámetros de la ciencia. Porque, es cierto, el historiador interroga los hechos y los hechos son tozudos, pero su terquedad es una inocencia si lo comparamos con la contumaz tendencia de aquellos que los narran en mostrarlos como felices pronósticos de sus quehaceres. Luego, no es el hecho quien le responde sino su narrativa.
La historiografía de la memoria de las víctimas de ETA, roza lo épico, porque este largo fragmento de brutalidad no acata la ordenada disposición de unos hechos fenecidos, sino que se rige por los vivos designios y actuales apetencias de intereses que aún hoy se cruzan en el insano afán de confundirlo todo, para así equivocarlo en favor de un catálogo de  verdades que se superponen, buscando justificar su acción u omisión.
En esta tarea están, entre otros, los historiadores del Instituto Valentín Foronda y del Centro Memorial para las Víctimas del Terrorismo. Buscan borrar la línea divisoria entre víctima y verdugo mediante la fórmula de explicarlos a ambos en su exacta responsabilidad, que no es tanto la culpa o la inocencia como la lógica de aquello que define la singularidad del hombre y lo que califica la pluralidad de la bestia. A su esfuerzo se le debería saludar con la honestidad que merece, que no es otra que la verdad aunque esa exactitud nos convierta en la peor de las mentiras.

Los Gaizka

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