Sin dios y sin Gabo

Definitivamente me he levantado miércoles este viernes. Una extraña sensación de estar en medio, de andar por el medio, de mediar en todo sin formar parte de nada la delata con un ligero estremecimiento de angustia en el fondo del paladar.
En algún país “bananas” el ministro de gobernación condecora al Ratoncito Pérez con la Medalla al Mérito Policial por los servicios prestados en su infancia.  
Por las calles, luengas colas de cofrades capirotes arrastran cruces y hábitos al son de estridente trompetería, escoltando a vírgenes dolorosas y exquisitos cristos difuntos que, encaramados en barrocos catafalcos de oro y plata, entran y salen de los templos bajo la titilante sombra de gruesos cirios. Pasos que ruedan sobre hombres que son todo hombros, a los que iguala y ordena un capataz diestro en conducir costaleros. “A la izquierda los de la derecha. Humillen unos y elévense los otros”.
Se vacían las iglesias de imágenes y vencejos y entran y salen las vírgenes a deshoras como adolescentes enamoradas.
El mundo parece haberse puesto en marcha a fin de regresar allí donde estaba. La cordura no es, a la postre, sino eso. Otra cosa es la razón, que es eso pero con GPS. El viernes está visto se ha puesto surrealista y allí donde mires se percibe nítida la inquietante luz del dislate. Buscando entenderlo indago en los arcanos del misterio y me topo con el obituario, entonces lo entiendo, estamos sin Dios y sin Gabo. ¡Acabáramos!

Sin dios y sin Gabo

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