La corrupción

Nos fascina más que horroriza, y es que no nos da tanto asco padecerla como rabia no poder practicarla.
De sus muchas variantes la que más inquina produce es aquella que saquea las cuentas públicas, es la que mejor se identifica y cuantifica. No obstante, me preocupan más esas que afectan al sentido ético de las personas y del sistema. De entre ellas reclamo atención para una que jugó repugnante y reveladora de las otras. Hablo de la incapacidad de nuestros gobernantes para comportarse como seres sociales, y mostrarse responsables dentro del grupo al que pertenecen y en el seno del cual han recibido el encargo de participar en su gestión. Un grupo en el que están también integrados sus familias, entre ella sus hijos, sin que ello les importe o les lleve a realizar una mínima reflexión sobre el daño que les están infligiendo con su proceder. Y es que un puñado de dinero se repone. Una obra pública saqueada se rehace. Sin embargo, si se adultera la forma de gobierno, o se tuerce la estructura del estado, en ese caso la reposición o la ratificación es ardua y sumamente peligrosa para la convivencia. Nuestros políticos saben que el estado tal como está concebido y estructurado es inviable, pero ninguno de ellos ni de derechas ni izquierdas hace o dice nada al respecto. Afirman tener magníficas ideas para hacerlo más fuerte, pero ninguno habla de esa debilidad. Y no lo hacen porque nace en ellos y está en ellos.
 

La corrupción

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