Barrio

“La ciudad ya no flota como un cebo…”
(R.M. Rilke)

Soñé con un estanque de sombras en el que tiburones dorados atacaban cenicientos bancos de arenques. Entraban en ellos limpios como para una ofrenda y salían manchados de hastió y melancolía. Vi que en lo alto de la pirámide de ese cardumen flotaba sin vida una sardina gigante que paría arenques y tiburones según medida.
He querido y he sentido pena por los pececillos y también por los tiburones, devoradores de cadáveres, esos que eran los alevines nacidos de aquella sardina fenecida.
Otra suerte merecían los bravos depredadores que aquella de disputar la carroña que flotaba al antojo de sus ideas y venidas. Les he gritado, como se grita en los sueños, en el estertor de un sordo gemido, que desistieran de buscar saborear allí las excelencias de la vida. Que abandonaran ese estanque de sombras bajo la sombra de la noche en busca de océanos azules en los que los peces no se cobijasen en el grupo sino en la vida, y naciese su prole de nacarados bancos de corales. Un mar donde presas y depredadores fuesen saludados en su barbarie con la pujanza de la sangre y el aliento de la rabia. Un mar, digo, y no esa infecta charca en la que flotan sin vida devorados y devoradores al son de sus desnortadas huidas y embestidas.
Desperté del amargo sueño a la negra pesadilla: dos niños habían asesinado en el bilbaíno barrio de Otxarkoaga a dos ancianos por el mísero botín de su pensión.

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