Arde Verín

El fuego, lejos del hogar, es: Prolongación brutal de la nada, espacio fuera del espacio, abismo de sombra que se cierne sobre el hombre, sepultándolo en el horror de ese ser sin rostro que es la ceniza y el espanto de ese grito sin boca que es el carbón erguido.
La Comarca de Verín es hoy presa de esa apocalíptica estampa que condena a sus hijos a la amarga diáspora de no reconocerse en el espejo de lo cotidiano. Hombres y mujeres salen de sus casas y miran la faz borrada de sus campos sin reconocerlos, teniendo que buscar los lindes de su pequeño mundo en la referencia de lo gigante.
Dónde, se preguntan, después de esa luz sin alma, la amable sombra del camino, la luz del labradío, el laberinto “da touza” el sereno universo “do souto”. Dónde lo próximo, lo que se podía acariciar y perder cada ocaso para ganar cada alba sin otra angustia que la de despertar y contemplarlo.
Para mis paisanos, también para mí, en ese instante sin márgenes que es el humo que precede al fugaz paisaje del fuego, se nos veló la luz de nuestro mundo conocido para ese siempre que somos en el corto instante de nuestras vidas.
Ciento treinta hectáreas calcinadas, confirman, a modo de recuento, las autoridades, y a su lado, como si del catálogo de naves de los belicosos griegos frente a una Troya arrasada, la que es esa Comarca, la relación de medios utilizados en su extinción. Esa es la respuesta de nuestro mundo oficial a la oficial pérdida del nuestro.

Arde Verín

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