Adivina, adivinanza

me gustaría haber podido reconocer el espíritu de la marcha contra el terrorismo del pasado sábado en Barcelona, en los excelsos primeros pasos del Doctor Zhivago: “Andaban y al andar cantaban Eterna memoria. Los pies, los caballos y el soplo del viento parecían continuar el cántico en las pausas”. Y poder preguntar, “A quién entierran”, y que me respondieran, “al terror”.
Pero imaginarlo así es un error, lo que allí se escenificó no fue sino la pantomima política que esconde la falta de compromiso con esos valores que de verdad distinguen a una sociedad frente a los fanáticos. Tanto es así, que más que las bellas palabras de B. Pasternak, le va la letra del “Adivina, adivinanza” de Sabina.
Y decir, a su entierro de paisano acudió: Mariano sin España, Felipe VI sin corona, Puigdemont sin mitra, Ada Colau sin sonrisa, Junqueras sin fronteras, Pablo Iglesias sin Rejón, Sánchez sin nación y los del exilio sin exterior. Golpistas y golpeados.
Los que condenan aquí el terror y aplauden en Vascongadas a quienes celebran al terrorista y el dolor. Los que necesitan un pacto para condenar el terrorismo y los que van de observador. Los que adoran el terruño y lo nombran sin pudor su dios. Menudo ejemplo de fraternidad, solidaridad y razón.
Esto también es una guerra santa, la solidaridad es pecado, la singularidad un delito, la disidencia una blasfemia, y no se pueden pronunciar sin excomunión ninguno de los nombres del dictador.

Adivina, adivinanza

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