Movilidad, ciudadanía y autoridad

En la ciudad en la que vivo, y el ejemplo vale para cualquier urbe, pueblo, villa o megápolis, viene siendo recurrente que, cada poco, la autoridad de turno reflexione sobre “la movilidad”, que no es otra cosa que la concurrencia del tráfico con el tránsito, del peatón con el ciclista y el motorizado. Se puede resumir más: la ciudadanía, ejerciendo como tal, sea cual sea su modo de transporte: la silla de san Fernando, el vehículo propio o el transporte público.
En esta ocasión, y según me cuentan en el periódico, la cosa va en serio o, al menos, se han sentado las bases sobre un estudio –caro, dicen, y espero que definitivo– que busca compatibilizar los diferentes tránsitos en pacífica armonía.
¿De dónde partimos y hacia dónde vamos? Ahora mismo el bus municipal tiene la perversa costumbre (aunque a veces es imperiosa necesidad) de parar casi nunca en la parada señalada, sino a unos metros o en la rúa, apartado de la acera, pues su espacio lo ocupan coches, furgonetas, otros autobuses, etc.
Además el transporte urbano municipal, que sería un alivio si su uso fuera más común, carga con otro pecado: la frecuencia en su recorrido. Así, hay líneas (ahora las paradas “inteligentes” las delatan) que tardan entre 50 y 55 minutos lo que hace al bus un armatoste de poca utilidad. Añadan que las paradas (donde te resguardas si llueve) unas son y otras no sirven para ese menester y que al situar el maldito aparato de validar al lado del conductor –en la mayoría de las ciudades se reparten dentro del vehículo– con lo que en horas punta hay “recargo” en el minutaje.
Bajemos a la acera: ahí la competición es entre el perro con correa extensible y “culo” flojo, el monopatín –cada vez hay más– la bici, las sillas y mesas que ponen los bares, esas macetas que sobrepasan en dimensiones a un aerolito pequeño y los entusiastas del footing o los aficionados al balompié usando la puerta del garage como portería.
Lo que no hay, delante, detrás, al lado o en un kilómetro a la redonda, es un guardia. Se les ve a veces en las inmediaciones de Riazor, si hay fútbol, o por el Palacio de la Ópera, si va el alcalde o, cuidando en María Pita a ese bien público que forman los ediles.

Movilidad, ciudadanía y autoridad

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