Medir la felicidad

Cada dos años la OCDE publica bajo el título de ¿Cómo va la vida?, un estudio en el que trata de identificar las claves para ser felices. Basándose en el bienestar y calidad de vida en diferente países, usando como medida los ingresos, empleo y salario; vivienda, educación, compromiso cívico, calidad del medio ambiente, seguridad personal, bienestar subjetivo etc. Me pongo a repasar los datos en relación conmigo, mis compañeros de chollo, los vecinos del barrio, los empleados del super, la taquillera, el médico y la enfermera que reducen mis males y –por lo visto y oído– estamos todos en el lado de la infelicidad.
El ranking europeo económico y de desarrollo social nos sitúa a los españoles en el puesto número trece, empatados con Polonia, por un lado, y peor que la República Checa (en el índice de desarrollo social) por otro. 
Es una lástima que estos datos no los publique “Marca”, pues le hubiera ahorrado al presidente Rajoy el bochorno de declararnos campeones de Europa y líderes del desarrollo entre los mejores. 
Como escribía hace días el maestro Rivas, “es preocupante que el presidente no lea las críticas. Debería ser una exigencia profesional. Hay que tragarse los sapos, sobre todo si los sapos tienen razón”.
Y es que si Rajoy dice que está razonablemente bien informado y no se entera de las críticas es que siguen a sus palmeros que se quedaron, prietas las filas, en la transición y muchos, en la etapa anterior 
Si solo lee lo que quiere, mal puede enterarse de que “los fiscales acusan al Gobierno de dificultar la lucha contra la corrupción”, ni tampoco sabe que “la actual presidenta de la Comunidad de Madrid se niega a pagar la luz de la casa de su antecesora, Esperanza Aguirre”, como se hacía desde 2003 y como no lee ni “los partes” del Ministerio del Interior no sabe que la Policía lleva veinticinco años informando de las cuentas de la familia Pujol… Hagan sus cuentas de quién mandó durante esos años. ¿Quién contó con los votos que apacentaba Pujol? Y no deje que le cuenten cuentos.
Tampoco sabe que la Cámara de Cuentas reprocha a la administración madrileña la venta, a un fondo buitre, los pisos protegidos –pagados con dinero público– en una oscura y criticada operación… 
Y no se entera de que de la docena de refugiados que llegaron, casi la mitad no quiso quedarse, pues buscan la felicidad.

Medir la felicidad

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