La quinta planta

Temor, tristeza, angustia, desesperación, cansancio. Todo esto se mezcla en los rostros desencajados de decenas de personas que, cada día, pasan por la quinta plana del hospital. Las horas interminables sentados en un sofá, mientras invaden sus cuerpos diversos remedios que pretenden combatir la terrible enfermedad. Un gran televisor sirve de división a las dos filas de pacientes, mientras los sanitarios no paran de ojear y controlar los aparatos y hablar con los enfermos.
Lo cierto es que la enfermedad no entiende de edad, raza, nacionalidad o estatus social. Algunas personas, en situación de vulnerabilidad, ponen de manifiesto dificultades para desplazarse a la capital de Galicia. Preferían que estos tratamientos les fuesen suministrados en los hospitales comarcales o cualquier otro que está más cerca de sus domicilios. Habría más empleos y menos perjuicios para los pacientes. Todos coincidimos que la sanidad pública debe estar al servicio de los ciudadanos en igualdad de condiciones. No obstante, los gobernantes no se cansan de justificar los recortes por culpa de la deuda. No importa que esté en juego la salud de las personas, lo necesario es cuadrar las cuentas.
Esta falta de inversión en investigación para la salud hace que muchos sanitarios se unan para movilizar a la sociedad en busca de los recursos necesarios para la puesta en marcha de una medicina preventiva y reparadora menos agresiva. Una muestra más de que la sociedad va por delante de la clase política que se preocupa más de mantenerse en sus puestos que dar una respuesta valiente a las demandas ciudadanas y a velar por los intereses generales.

La quinta planta

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