Sobre Cataluña

C uesta escribir una columna sobre asuntos de política local con todo lo que está sucediendo en Cataluña. Uno se queda atónito al comprobar cómo nos desmembramos de manera “pacífica” dilapidando décadas de esfuerzo de tantos y poniendo en grave riesgo el futuro de las generaciones venideras. Todo por lograr un nuevo status político, fruto de un desapego torticeramente prefabricado durante décadas contra todo lo que tuviera que ver con España. 
Al mismo tiempo esto va tan rápido que siendo las diez de la noche del viernes 27 cuando escribo, pudiera suceder que el domingo 29 que se publica estuviera desactualizado. Si en menos de diez segundos fueron capaces de declarar la independencia y suspenderla, qué no serán capaces de hacer en 36 horas.
Esta tarde El Parlament activó la DUI, acrónimo ya popular a nuestro pesar, aprobando una pretendida declaración de independencia. La tristeza y profunda decepción que siento por lo sucedido se aplaca, en parte, por las ganas de poder ser útil, dentro mis posibilidades, para evitar que acabemos donde casi nadie parece querer acabar.
Pienso que no se valora adecuadamente el avance del Estado de Bienestar en España en las últimas cuatro décadas, especialmente por los nacidos a partir de los ochenta. No hemos sabido transmitirles lo que costó llegar hasta donde estamos y aunque parezca que nos hemos despreocupado de ellos, dados los inasumibles niveles de paro de menores de treinta años, lo cierto es que tenemos las generaciones mejor preparadas de nuestra historia y contamos con unos altísimos niveles de bienestar. Lo que durante mucho tiempo sirvió para hilar complicidades entre generaciones gracias a avances en la mejora en las prestaciones de la educación, sanidad, coberturas sociales, pensiones, derechos civiles… con baches e imperfecciones sí, pero superables entre todos trabajando para el futuro, se ha truncado de manera radical en los últimos años gracias al discurso de algunos que parecen tener como objetivo la desesperanza permanente para justificar la necesidad de fractura de nuestro sistema de convivencia. 
La sociedad está sufriendo un proceso de mutación tan acelerado que parece dejar descolgados a los que clamamos por el imperio del sentido común. Desde luego mi posición política en este asunto es clara, inequívoca y firme, estoy con el Estado de Derecho y  el respeto del marco constitucional que nos hemos dado. No caben medias tintas, ni ambigüedades. Desde el respeto a las reglas democráticas seríamos capaces de encontrar soluciones, fuera de ellas la nada. Tiene que prevalecer el orden constitucional antes de empezar a construir ningún puente. Pero algunos han decidido dinamitar el marco democrático actual porque no sirve a sus propósitos. Aplicando operaciones de marketing político escenifican operetas maliciosas que apelan a los grandes principios y valores de la democracia, pisoteando su noble significado, obviando y retorciendo todo aquello que no les sirve para lograr sus propósitos. 
No tengo dudas sobre la recuperación del proyecto de país que nos hemos dado. Pero será lento y duro restablecer la normalidad democrática y cívica en una Cataluña fracturada por unos irresponsables que, abanderando una iniciativa supuestamente pacífica, intentan provocar el mayor daño posible al proyecto colectivo que tanto nos costó construir, España. 

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