Sobre la mudanza al Puerto Exterior

Con el debate de fondo estos días sobre las condiciones del convenio firmado en 2004 que permitió la construcción del Puerto Exterior, conviene recordar lo que todos los coruñeses teníamos en la retina por esas fechas.

Los mayores no olvidamos el Urquiola ardiendo en medio del Puerto, encallado en Las Yacentes. El susto en la ciudad fue de tal magnitud que se suspendieron los colegios para evitar riesgos. Ese, 12 de mayo de 1976, como si de un volcán se tratase, en A Coruña llovió ceniza.

16 años después, el 1 de diciembre de 1992, como consecuencia de una maniobra desafortunada en medio de una noche tormentosa, encalla y explota en plena Torre de Hércules el Mar Egeo.

Sobre la tragedia que pudo acontecer y, gracias al viento, no sucedió, mejor no especular. La densidad y tamaño de las columnas de humo sobrevolando Adormideras y Monte Alto lo expresan por si solas.

Como “compensación” para la ciudad se construyó la Torre de Control Marítimo en el dique. Pero en el sentir ciudadano ese gesto no bastaba, había inquietud por lo que pasaría con el próximo naufragio. Recogiendo ese sentir se empezó a tejer en María Pita el sueño del puerto exterior.

Y llegó la puntilla. En 2002 se hunde el Prestige movilizando a miles de voluntarios bajo el grito de “nunca mais”. Hasta ahí llegamos. Había que ponerle freno a falta de seguridad marítima. O la refinería dejaba la ciudad, o conseguíamos un puerto alejado del centro para esos tráficos. Una vez más, como tantas veces en ese país, las desgracias sirvieron como catalizadoras de soluciones.

Con grandes dificultades políticas, e ingentes dotes de diplomacia, se logró acordar con el Estado la mayor mudanza de nuestra historia, pactando las mejores condiciones que en ese momento pudieron ser. Lo prioritario para todos era que nunca más volviera a suceder y se consiguió. Nació el proyecto con reservas de ingenieros y navegantes. La localización del nuevo puerto era salvaje, al inicio de A Costa da Morte, pero sin el tradicional abrigo y refugio de las rías gallegas. Muchos anunciaban su defunción antes de nacer.

Ahora toca reformular el convenio por motivos evidentes. En estos años España ha sufrido una transformación tan profunda en lo social, económico y político que nadie cuestiona ya un cambio de las condiciones pactadas en 2004.

Pero es importante acertar con los pasos a dar. Convendría no caer en el error de pretender que gracias a nadie las cosas se “harán de otra manera”. En él cayeron los que precedieron a los actuales y así les fue. Reconocer lo meritorio de lo logrado por la ciudad y lo que otros estamentos aportaron para hacerlo realidad, es el mejor punto de partida para llegar a un nuevo modelo que, desde lo público y desde el consenso, permita iniciar el desarrollo armónico de todo lo pendiente: transformar la ciudad como nunca antes en sus dos mil años de historia. De esta manera no habrá obstáculos que no podamos superar.

Sobre la mudanza al Puerto Exterior

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