Desconfianza en la justicia

La sentencia del caso Nóos vuelve a dividir a los españoles o, si se prefiere, a los medios de comunicación con que de alguna manera la gente se siente identificada. Lo que para unos –los más afines a la monarquía– es una sentencia justa, además de razonable, para otros –los situados a la izquierda– premia la confianza de la infanta en un marido delincuente. Casi nadie ha dicho lo que debería decirse: si confiamos en la justicia, hay que respetar la sentencia. Pero, por lo que se ve, al menos una parte de los españoles no cree en la justicia, sobre todo en sus más altos estamentos, que serían aquellos con más riesgo de politización.
No es una buena señal no confiar en la justicia, lo cual abre otro debate: ¿debe revisarse el modelo de la justicia y el gobierno de los jueces? Se supone que una democracia madura debería saber resolver ese problema. Si los españoles confían en la justicia que imputa a la infanta, pero no en la justicia que la absuelve, tanto los españoles como la justicia tienen un problema grave. No querer verlo, ni resolverlo, no hará más que perseverar en ese túnel de inmensa oscuridad. Lo sano es que un país crea en la justicia.
Cuando la infanta fue imputada por el juez, se puso en valor que había funcionado el Estado de derecho y que nadie estaba ya por encima de la ley. Ahora que ha sido condenado su marido pero no ella, se dice que era cómplice y coartada de Urdangarín. Obviamente, ambas cosas no pueden ser ciertas a la vez.
Salvando las distancias, con esto de la justicia también puede estar pasando algo parecido a lo del fútbol. Todos llevamos un entrenador dentro y sabemos quiénes deben jugar y quiénes deben ser sustituidos. A veces incluso tenemos razón, pero los entrenadores toman otras decisiones porque ellos saben cosas que nosotros no sabemos. Seguramente la Audiencia de Palma sabe mucho más que nadie del caso Nóos; puede que sepa incluso más de lo que resume en la sentencia. Y si no es así, y resulta que ha hecho una sentencia a medida, el problema no es la Audiencia de Palma, sino todo el sistema judicial español y el propio Estado.
La conclusión parece evidente: o los españoles confían –confiamos– en la justicia o deben –debemos– cambiarla cuanto antes. Pero un país no puede tener seguridad si siempre está diciendo lo que se dice estos días de la sentencia de la infanta, a quien por cierto, si es inocente, habrá que devolverle su estatus. ¿O no?

Desconfianza en la justicia

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