La tarea imposible de los errores políticos

Me lo he preguntado muchas veces, ¿por qué le cuesta tanto trabajo a los políticos reconocer sus errores? Hasta ahora son tan pocos los que lo hacen que se podrían contar con los dedos de una mano y seguro que me sobraría alguno. Les cuesta mucho trabajo asumir su fracaso en la gestión política, sobre todo la electoral, y no están dispuestos a cerrar la puerta de su despacho, abandonar las prebendas y el coche oficial, y volverse para su casa.
Reconocer el error en la gestión para un político es tanto como reconocer que durante su mandato de forma directa o indirecta se deambuló sobre el filo de la navaja, sobre los posibles hechos delictivos y rozando la prevaricación y el cohecho, que es lo que impera ahora. Es muy difícil encontrar políticos que lo reconozcan  por iniciativa propia, sino que suelen hacerlo por lo que se va conociendo de los sumarios judiciales.
Hay políticos que tienen la suficiente cara dura como para cambiar el rumbo de los acontecimientos, para que el agua siga moliendo en el sentido que ellos quieren y no como demandan los votantes, que son los que cada cuatro años los colocan en la cresta de la ola política para defender los intereses de todo el mundo, cosa que hacen tan solo cuando se anuncia la llegada de los quince días de campaña electoral.  
Dentro de esa desfachatez del político recuerdo a un presidente preautonómico gallego, ya fallecido, que pronunció una famosa frase comparativa y en la que decía que era tan difícil que su partido perdiera las elecciones como que cambiase el rumbo de uno de los ríos más caudaloso de los americanos, el Misisipi. Lo primero sí que sucedió. Lo segundo no, pero el político en cuestión nunca lo reconoció.
Estoy cansado de que después de cada proceso electoral nadie reconozca su derrota. Todo el mundo tiene un flotador al que agarrarse para decir que su fuerza política no ha perdido, sino que ha sido la contraria, que, pese a ganar en cuanto al número de votos, obtuvo unos resultados peores de los que habían previsto.
Por tierras andaluzas –prometo no hacer ningún análisis político ni periodístico, tertulianos tienen los medios de comunicación que saben y opinan de todo–, a tenor de las declaraciones de los líderes y lideresas políticos no pasó nada de lo que no tenía que pasar. De todos modos, creo que alguna barba corre peligro de desahucio de las instalaciones de la Moncloa, y alguna coleta podría haber tocado techo después de levitar durante algunos meses por el panorama preelectoral.
Los políticos, sean de derechas, de centro, nacionalistas o de izquierdas, tienen que comenzar a reconocer sus errores, de ellos se aprende y de ellos, como es lógico, se pueden sacar conclusiones. Seguir jugando a ser como las avestruces es muy peligroso a la hora del recuento de los votos.

La tarea imposible de los errores políticos

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