PEDRO Y PABLO, LOS PICAPIEDRA

En mis épocas infantiles la Semana Santa era tiempo de recogimiento, de acompañar a nuestros mayores en las visitas a las iglesias, donde se celebraban los Santos Oficios, de ver las procesiones con los distintos pasos y la ausencia casi total de capirotes en las personas que las integraban. 
No existía el éxodo de los viajes con marchamo turístico. Tan solo  si se iba a ver a los familiares residentes en otras ciudades para acompañarles en recorridos procesionales. Era un tiempo en el que los niños nos entreteníamos contando los automóviles cuando teníamos que detener nuestro juego balompédico en el centro de la calzada. Y eran tiempos de mucho pasear. Los cines y una gran parte de los centros recreativos –billar y futbolín, y pocas máquinas eléctricas– permanecían cerrados lo mismo que muchos bares y cafeterías.
En este tiempo de pasión que estamos viviendo  dos personajes me hacen volver a mis épocas de finalización del bachillerato, cuando en mi casa o en la de alguno de mis amigos veíamos a los Picapiedra. Esa pareja de amigos, vecinos y compañeros de trabajo, Pedro Picapieda y Pablo Mármol, que con sus  sufridas esposas Wilma y Betty, nos trasladaban con los dibujos animados a un mundo real para los adultos: maternidad e infertilidad; los juegos de azar y la ludopatía; las adopciones; la vida diaria con los suegros y el resto de la familia; las relaciones laborales y empresariales; las relaciones de pareja y, por encima de todo, la convivencia, el sentido de solidaridad con los demás a través de las personas que tenían que regir una comunidad.
Ahora, más de cinco décadas después, me gustaría que estas mismas reflexiones de los dibujos animados se dieran entre nuestros políticos que mantienen a España en un eterno paréntesis sin solución de continuidad. Pero los representantes del pueblo, reflejados en otro Pedro (Sánchez ) y otro Pablo (Iglesias), han preferido el descanso vacacional en lugar  de buscar posibles acuerdos para formar un gobierno, o decidirse ya de una vez dejando de marear tanto a la perdiz, para que los españoles nos preparemos para volver a votar con los calores de próximo verano.
La Semana Santa como tiempo de pasión debe serlo también de diálogo, de reflexión. Nunca vacacional para que unos políticos que, como Pedro y Pablo, lleven más de tres meses cobrando del erario público con nóminas bien elevadas, mientras que el país camina solo. Quizás es que a los actuales no los necesitemos para nada. ¿Se lo habían planteado?

PEDRO Y PABLO, LOS PICAPIEDRA

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