YERMA VERSUS DÍAZ BARÚS

En Ágora, puñado selecto de aficionados, tuvo lugar-aureolado por éxito y presencia masiva-sendos debuts de “Yerma”, famosa obra de Federico García Lorca. Un encuentro de sentimientos y renuncias. De desplantes y sacrificios. De trágico desenlace y amargura nostálgica. También, además, una versión dramática confeccionada con primor y delicadeza, lineal pero profunda, esquemática pero complicada, localista pero universal. Andares, diálogos, movimiento de actrices y actores. Coros que narran acontecimientos. Sones sureños de canto jondo, guitarra, pandero y jipíos de cantaora que clava gritos, quejidos y lamentaciones en la piel conmovida de quien escucha…
Se han dicho tantas cosas del rol feminista de Yerma que parece baladí entrar en varoniles aseveraciones-la mujer con la pata quebrada y en casa-aun cuando surja destacar que un su “tiempo” escénico y durante la II República tal despropósito se mantuvo hasta que fueron abolidos los códigos y leyes adjetivas por las Cortes franquistas en 1958. Yerma comporta la historia de Edipo luchando contra su infecundidad hasta que acepta su destino final: “¡Maldito sea mi padre, que me dejó su sangre de padre de cien hijos! ¡Maldita sea mi madre, que los busca golpeando las paredes!”.
Vale la escenificación vacía y llena de plenitud en proyecciones coloristas, sonido y música firmados por Oscar Domínguez. Dominante la bailadora majestuosa que inicia el espectáculo. Bueno el grupo Soniquete que cierra distintos espacios: sincronizadas, hermosas y embrujadoras. En la imposibilidad de citar a todos los intérpretes-más de veinte cumple rendir homenaje al buen hacer de la protagonista-encarnada por Alejandra Dans-y a la sobriedad áspera y reseca de Juan, su marido, interpretado por Juan Carlos Moure. Y sobre todos ellos, motor telúrico, la original dirección de Díaz Barús.

YERMA VERSUS DÍAZ BARÚS

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