VITALICIOS

Sin divulgación efectiva las representaciones teatrales consiguen muy bajos niveles de audiencia aunque los cómicos rocen el éxito. Tal sucedió con “Vitalicios”, de José Sánchez Sinisterra, ofrecida por la compañía Escénate. Público testimonial en el Rosalía para brindar –telón alzado– una oficina siniestra a base de mesas, sillas, flexos, expedientes, archivos, pequeño ascensor para transportar documentos y, al foro, sobre una tarima, tres paneles con fotografías.
Convincente dirección dramática de Yayo Cáceres, mostrando la angustiosa soledad de una instalación pública situada en un quinto sótano cerrado por fuera donde trabajan tres funcionarios, brillantemente interpretados por Candela Fernández, Cecilia Solaguren y Ricardo Reguera.
Entre bromas y veras, misteriosos y alienados, materialistas y soñadores dos mujeres y un hombre disfrutan la seguridad del empleo público mientras rutinarios estudian una larguísima lista de personalidades que califican con “si”, “no” e “interrogante”. Vivimos la época de los recortes tras decir adiós a los años prósperos, cuando se ataban los perros con longanizas y florecía el pleno empleo... Un jefazo da órdenes, mediante proyecciones y altavoces, y hace funcionar el “portadocumentos” y cada vez exige más sacrificios a los subordinados.
Sin embargo, estos seres deshumanizados se humanizan al cumplir su tarea. Recuerdan tipos famosos que intentan olvidar, el uso del tipex al borrar cruces de asignaciones y donaciones a la Iglesia en las declaraciones de la renta-pese a ser muy católica la responsable-o el complejo de culpa “crucerista” de jubilados a los que se abandonaban en islas peligrosas y perdidas para no pagarles su pensión... Así se apartan de las normas rígidas impuestas por la burocracia oficial a que sirven y permiten que libremente afloren sus auténticos sentimientos.
¿Existe algo más primordial que un sueldo vitalicio?

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