SOLEDAD ESTIVAL

Resulta curioso comprobar los hombres y mujeres solitarios que pueblan nuestras playas. Además de las familias con niños, pandillas variopintas y muchachada que practica cualquier deporte, llaman particularmente mi atención las criaturas entregadas a la dorada lluvia solar y a sus múltiples soledades individuales. 
Cavilosas, reflexivas, meditabundas ante el guirigay circundante, el fragor del mar, la percusión acompasada de las olas al romper en la orilla. ¿Por qué estos tipos se mantienen aislados sobre la toalla de colores vivos? ¿Quieren conocerse a sí m ismos? ¿Buscan la fidelidad ascética? ¿Acaso utilizan un camino místico dialogante? ¿La austeridad y la sobriedad como última ratio hippy en un mundo que ha perdido valores y nadie consigue encontrarlos?
Lo cierto es que deambular nuestros arenales confirma tal panorama conmovedor. ¡Cuánta gente vive sola en una metrópolis con miles de almas! Buscan respuestas. Explicaciones. Métodos introspectivos, diagnósticos psicoanalíticos. 
Quizás indagar sobre la idiosincrasia de Sócrates, la de Platón, excesivamente idealizada; la de Jenofonte –como sabio que identificaba la virtud con el saber- o la caricaturesca de Aristófanes en “Las Nubes”… Seguro que esta fascinación filosófica es la que adoptan nuestros convecinos mientras pasean por el claustro de las olas que asientan el litoral, se asombran ante el monasterio que perfila el horizonte y reconfortan bajo la bóveda celeste del cielo.
Semejante conducta depara añoranza por vivir como simples espectadores de un teatro donde no actúan. También huyen de los engaños que les tiende la naturaleza y afrontan con melancólica serenidad… 
Desde mi atalaya de la coraza echo un vistazo a los independientes de las playas de Orzán y Riazor y evoco a Pedro Salinas: “El individuo se posee así mismo, se conoce, expresando lo que lleva dentro, y esa expresión se cumple por medio del lenguaje”.

SOLEDAD ESTIVAL

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