¡SILENCIO, PASA UNA MUJER!

¡Todos calladitos! ¡Enmudezcan los poetas! ¡Mirad para otro lado! El ridículo alcanza caracteres esperpénticos en España. Ahora una alguacilesa –doña Ángeles Carmona, presidenta del Observatorio contra la Violencia de Género del Consejo General del Poder Judicial– ha declarado, quedándose tan pancha, que “el piropo supone una invasión de la intimidad de la mujer y debe erradicarse”. Acá muchos dan en la funesta manía de prohibir contraviniendo a Ganivet, que pedía para sus compatriotas un salvoconducto que lo autorizase a hacer cuanto quisieran. Desde otra orilla, sin embargo, abundan progres con puñetas dispuestas a poner murallas hasta las mismas conductas individuales. Y si te gusta una chica estás obligado a callar, aunque recuerdes de corrido el excelso soneto de Quevedo “ceniza enamorada más allá de la muerte” o la famosa escena III entre el Tenorio y doña Inés: “¿No es cierto, ángel de amor...?”. Tendrás que guardártelas por imperativo de esta ayatolá moral. Así mismo se volatiliza el piropo como madrigal de urgencia y se quiebra la voz del silencio que Silvia recita en “Los intereses creados” de Benavente.
Con tantos problemas y nuestra filósofa de pacotilla impartiendo jurisprudencia en una época donde las féminas obsequian también a los hombres con sus flores. Nos pasamos cinco pueblos si recordamos el juicio de París y su manzana de oro para la más guapa –¡nada menos que tres beldades como Hera, Atenea y Venus!–; el rapto de Helena que engendró la guerra de Troya o el abogado que desnudó a Friné ante los magistrados para conseguir veredicto favorable... Me va a pasar con el piropo igual que con el tabaco. El humo no me ha ido tan mal a lo largo de mis cincuenta y ocho añitos y las mujeres me gustan muchísimo más, por eso no las hiero ni con el pétalo de una rosa y evoco el epitafio que Mark Twain puso sobre la tumba de Eva: “Donde ella estuvo, estuvo el edén”.

¡SILENCIO, PASA UNA MUJER!

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