LOS SEGUROS SANITARIOS FALLAN

Teníamos en la mano todo. Dones naturales y preternaturales. Ni enfermedad, ni cansancio, ni muerte. Hasta que por culpa de Eva, la taimada serpiente o el calzonazos de Adán perdimos aquel jardín y a ganar el alimento con sudores. Otros aluden a una tal Pandora –lo femenino rigiendo nuestro destino, aun cuando no fuese sufragista– que abrió la caja de los truenos y así nos va desde entonces.
Como ser contingente, el hombre necesita de otros para vivir. Animal social por naturaleza sin el cobijo familiar perecería. Por eso desde siempre hemos llegado a la conclusión de que somos criaturas enfermas y necesitadas de ayudas: hechicero de la tribu, matemático, físico, alquimista, especialista universitario, investigador capaz de ir aplicando parches a los peripatéticos que lo vamos necesitando, Como el viejo enigma del animal que primero andaba a cuatro patas, después a dos y durante la senectud a tres.
Antes el médico de cabecera era amigo y doctor entrañable que participaba de todos los acontecimientos domésticos. Más tarde el paso del tiempo y nuevas técnicas científicas obligaron al despacho colectivo. Hoy los grandes centros hospitalarios, aparatos sofisticados último grito, dotaciones financieras inconmensurables han impuesto una medicina deshumanizada en su amorosa dedicación, donde somos pacientes innominados que respondemos a un frío número...
Y al hacerse tan prohibitiva impone la fuerza absoluta del poder del Estado –¡bendita asistencia sanitaria de la Seguridad Social, logro de primera magnitud!– o acudir a otros contratos de seguros particulares con ánimo de lucro. Listos en no facilitar medicinas, abonar copago por consulta médica, vetar operaciones que no cubre la póliza o incluso, por esta vez digamos el pecado y no el pecador, sobrepasan los seis meses para una revisión... sin explicación alguna.

LOS SEGUROS SANITARIOS FALLAN

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