Rompeolas espiritual

Soy introvertido. Medio anacoreta. Por eso busco refugio al aire libre en el monasteriod e la coraza. Ese cuchillo que divide en dos playas la ensenada del Orzán. También un amplio rincón para dialogar conmigo mismo soledades poéticas que van y vienen mientras contemplo las arenosas columnas de un claustro encuadrado en el Paseo Marítimo. Al tiempo escucho, ritmo místico, los rezos fragorosos de olas, deslizándose desde el horizonte, hasta la orilla que caminan morenos bañistas.
Dios está aquí. Se sienta a mi lado en un banco doble, Vamos como si fuera un diván utilizado por Freud con sus alambicados problemas sobre el yo, el alter ego, el súper yo y esa censura psicológica que impide el pase de los auténtico por una máscara de carnaval político. Una partida alucinante de naipes con gobierno en funciones y otros invitados empeñados en fastidiarnos con nueva consulta electoral. Hay mucho santón para señalar lo que es correcto y lo que no, cual la mano de Dios utilizada por Maradona decidiendo una eliminatoria de fútbol, o ese afán más incisivo de situar a Federico García Lorca, que no era precisamente marxista, a la izquierda del espectro nacional, o a Antonio Buero Vallejo, a la derecha. Así redoblan campanas por el autor del “Romancero gitano” y se oculta bajo siete tópicos velos al mejor dramaturgo del siglo XX.
Hablo con un dubitativo cómico sobre ser o no ser o si el delito principal del hombre es haber nacido. También observo a la pareja que se besa apasionada en paralelo con la escultura de los héroes del Orzán, me apena la inconsciencia del ciclista talludito y mamalón que a golpe de pedal intenta recuperar la juventud y a la embarazada que anuncia una nueva vida bajo banderas que ondean al viento y se encaraman a olas cerveceras coronadas de espuma. Rompeolas doméstico de bravura serena y hermosa... Cierro la puerta. Apago la luz.

Rompeolas espiritual

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