EL RELOJ

Tengo un buen reloj de pesas tipo inglés. Con carillón melódico del Westminster y del Ave María. Me lo regalaron mis hijos al cumplir las bodas de plata. Con ello redondearon el ciclo que me cierra a mi padre que adoraba estos relojes de pie desde su educación en Londres. Por el tic-tac amigo viajan nostalgias, recuerdos y afectos. La Coruña aldeana que se nos fue de las manos y donde todos conocíamos a todos. La industrial estrangulada por la pérdida de varias fábricas. Sus acentos capitalinos tras el desierto de sus centros militares. Aquella alegría tan bulliciosa-cabarets, teatro-circo, pabellón Lino, Michigan, Niza-que divertía... pese al drama emigratorio a América.
No hay más. Cada uno va recogiendo la cosecha de su paso en hijos y generaciones. Así jugando con el ratón cazo una oferta por internet de quien subasta mi obra “Memorias de un gobernador civil”, dedicada, en 120 euros. Cotización brillantes pues saliera al mercado en 200 pts., salvo que el licitador tenga en cuenta la hermosa sobrecubierta de Tomás Pereira. Solo queda la sonrisa y escuchar la campanada jubilosa que me de entereza y gratitud por haber tenido una vida tan rica en satisfacciones. Mi última crítica teatral lo atestigua. Allí hablaba de alucinaciones y hoy topé con el cuento “Mi amigo el loco” publicado en la revista cultural “Atlántida” y cabalísticamente ilustrado por la creadora personalidad artística de Urbano Lugrís. Con todo esto de la democracia, las elecciones, propagandas y televisiones como corolario final subyace una anécdota de Pío Baroja cuando le reprochó al Furris-personaje popular de Béjar-su holgazanería. “Aquí no se paga el trabajo-le contestara textualmente-, sino la sumisión, y yo nací libre y quiero ser libre”.
Como voy de evocaciones recordar que quien se hace libre corre un riesgo absoluto. La exigencia de desembarazarse de si mismo. 

EL RELOJ

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