PRIMAVERA

Lajos Zilahy novelaba sobre una primavera mortal vivida en Budapest durante mi pubertad. Yo, ahora pateo La Coruña con emociones y esperanzas, anhelos y deseos, fracasos y desilusiones.
Practico turismo espiritual. Alma que ansía encontrar la gemela en el vericueto de sus calles, plazas, jardines y parques. Rubén Darío buscaba en el otoño una canción de primavera para sus citas amorosas, sabiendo que todo se consume. Busqué mil ciudades donde vivir. Siempre me faltaba el olor del mar, su lluvia abundante y viento arremolinado. Volver sin haber salido.
La Coruña subyace aquí dentro. En las neuronas. La acosamos aunque la agilidad de piernas no sea la misma y recluya muchas veces en el exilio del hogar familiar. Sabemos, sin embargo, que la calle es la prolongación de la vida herculina y sufrimos destierro cuando no salimos al encuentro del coraje invocado por el poeta: ¿cuándo la ciudad se marcha sabes a dónde va? Y ella nos arrastras con su hechizo hasta dejarnos hecho unos zorros o te roba la razón prometiendo mil retornos que no sucederán. Palmo de narices frente a la calle desierta y el tiempo encerrado en el cajón. Son golpes de esta hermosa estación herculina que los druidas lanzan con la luz gris del paisaje o párrafos del escritor húngaro. De Monte San Pedro, sazonado por cien hierbas de primavera, descendían al mar parejas de enamorados… Porque La Coruña y su encanto singular, como la hipótesis de Avogadro sobre la energía, no se crea ni se destruye. Únicamente se transforma. Bien levitando mágicamente sobre el talle de la serena placidez de la ensenada Orzán-Riazor hasta fundirse con las nubes. O deshaciéndose por las esquinas arrebatada por el oleaje.
En estos días, cuando tantos nos visitan, en el semáforo próximo a mi domicilio encuentro an convecino alegre, jubiloso, cordial. Me abraza. ¡Felices Pascuas! La de Navidad es por un nacimiento. Shalou

PRIMAVERA

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