LA PLAZA DEL DIAMANTE

En el Rosalía, ciclo principal con dos llenos absolutos, debutó la compañía Teatro Español con “La plaza del diamante”, de Mercé Rodoreda, dirigida por Joan Ollé, versión castellana de Celina Alegre y Pere Rovira. Telón alzado. Escenografía de banco público con cordón de bombillas de colores descendiendo en diagonal al suelo. Música insinuada y rumorosa de Pascual Comelade. 
Un monólogo a cargo de Lolita Flores, como Colometa, que nos retrotrae a la Barcelona de posguerra, sus miedos, miserias y frustraciones. Una novela que leí hace años convertida ahora en formato teatral. Que hace reflexionar como espejo tendido al trauma secesionista actual adonde muchos “iluminados” quieren arrojarnos.
Siempre intento ser leal en mis análisis y juicios. Quizás yerro o me equivoco escandalosamente. A lo peor soy un perro que orina en la reja de un monumento traducido a 27 idiomas. Pudiera ser... Pero las cosas son así y no quiero engañarme. Primero por la actuación de la actriz. Inaudible. Hierática. Apenas un gesto, viveza y sentimiento. (Al final del espectáculo alegó que sufría un fuerte catarro, estaba afónica y con facultades físicas mermadas… sin embargo, le había parecido tamaña descortesía suspender la función).
No obstante, yo creo que hay algo de naturaleza más honda. Se confunde vulgaridad con sencillez. “Memoria dun neno labrego”, “Nuestra ciudad”, “Muerte en Venecia”. Por poner, ejemplos que trascienden rompecabezas de la memoria y se nos meten aquí dentro con toda su carga humana. Desde semejante atalaya la fuerza escénica desaparece, no se potencia y se imposibilita la unidad de sentido de palabra, personaje y acción. La sensibilidad dramática de desliza hacia las palomas que acuden al banco de la plaza y se diluyen un la anemia de una historia doméstica sin vigor... Para concluir en el descubrimiento de cuanto le ha dado su marido Antonio: confort, afecto y estabilidad.

LA PLAZA DEL DIAMANTE

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