ORDINARIECES

Creo que uno de los obstáculos para nuestras interlocuciones personales viene dado por el abuso de las ordinarieces. Añoramos aquella urbanidad –mamada en los hogares, propugnada en la escuela y exigida en las relaciones de cortesía sociales–  que parece haber escapado hacia la cloaca y resulta harto difícil recuperarla. 
Desgraciadamente la progresía intelectual y la que no lo es incurren en expresiones bastas o groseras tomándolas como esencia y compostura de buen hablar y decir. Modales. Gestos. Gritos. Lenguaje vulgar sin pulimiento, delicadeza y finura. Algunos y algunas lo ejercen de buen grado y creen haber alcanzado con ello sublime armonía. 
A mí, sin embargo, al margen del respeto que me merece la mujer, me contraría escuchar tacos malsonantes cuando no blasfemias en boca ajena y muchísimo más si son pronunciadas por los labios de una adolescente que pretende mostrar feminidad, inteligencia y aptitud para alcanzar horizontes inaccesibles.
Hemos confundido los valores. Quizá la corrupción, la deslealtad, el “prófugo” de un partido político que después se pasa al antagonista, tantos robaperas invadiendo propiedades ajenas han constituido mimbres para confeccionar un cesto confuso y alienante… No digo que recuperemos la buena Juanita de nuestros abuelos, pero si parece oportuno observar normas de conducta con respecto a vecinos, familia, amigos y conciudadanos. La colectividad necesita pautas y guías para funcionar.
Voy más lejos al analizar esa muchacha y su pureza. ¿Si ella no se respeta a sí misma quién lo hará? Acaso el profesor Mairena –obsequio de un coletudo podemita al presidente Rajoy– pudiera aclarar muchas lucubraciones. Como que la verdad es la verdad, dígala Agamenón o su porquero. Incluso convendría remedarle que la “urbanidad” es más escrita y menos hablada; por consecuencia cada día se es más hortera y la cortesía un refrito de cuanto deberíamos observar y mantener…

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