Olivia y Eugenio, piedad creadora

Alfombra roja en el Rosalía, ciclo principal, al abrir su festival de otoño. Elegancia, cordalidad, cariño, eficacia, señorío, aptitud y buena mano de competentes funcionarios que cumplen muy bien. Público singular. Lleno. Dos funciones hasta los topes. Nobleza obliga porque nobleza exige mantener la hidalguía renovada y ratificada por el elenco municipal. En cartelera “Olivia y Eugenio”, de Herbert Morola, servida por Focus y Pentación. Buena iluminación y escenografía –a base de puertas, mobiliario sencillo y moderno con espejo– donde el espacio teatral adquiere ambiente protagonistas por mor de las relaciones entre una madre-excepcional, polifacética, tierna, confusa, dramática-Concha Velasco y su hijo –síndrome de down y excelente actor–Hugo Aritmendiz.
Un monólogo de Oliva –cargado de tópicos entrañables– que repasa las vicisitudes de su existencia cojitranca entre momentos felices y desgraciados. Debe y haber individual donde analiza a su marido, amistades, médicos, amantes, políticos, pintores –ella dirige una galería de arte–, profesionales destacados y deportistas de élite. Sin embargo, también le sirve como cauce para estudiar las relaciones con su vástago Eugenio y el profundo amor que la devora. Las dos piedades de Stefan Zweig. La sensiblera –defensa del alma contra el sufrimiento ajenos– y la creadora, que sabe lo que quiere y está decidida a perseverar hasta el límite extremo de las fuerzas humanas. 
¿La eutanasia solución ante el cáncer suyo y el futuro del rapaz? La mujer elige luchar. Eugenio es la consagración de la vida. La risueña esperanza. La normalidad de un ser amoroso que devuelve ciento por uno: afecto, ilusión, alegría, entereza, felicidad. José Carlos Plaza crea y mantiene con sobresaliente el clímax de este armónico ensayo que se lleva al teatro por primera vez. Feliz representación. Bravos y aplausos. Los coprotagonistas declararon inaugurada la temporada. 

Olivia y Eugenio, piedad creadora

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