Nuestro odio cainita

Velábamos las horas en dulce serenidad y bienestar democrático a punta pala, hasta que un ZP nefasto, afirmando que la nación era un objeto discutido y discutible, abrió la caja de Pandora y los males cainitas llovieron sobre los ingenuos españoles, que creíamos haber superado. Enfrentarse a viejas heridas. Profundizar en los errores de anteriores generaciones. Alterar la paz santificada por los españoles en 1978. Pero la vituperada ley de memez histórica despertó repulsiones, iras, deseos de venganza y daño al antagonista. Irracionalidad. Rencor. Violencia concentrada. Si se siembran vientos se recogen tempestades: tal retirar tropas en sitios en conflicto abandonando a los aliados; pactos vergonzosos con ETA y los separatistas catalanes, etc., etc.
Acudimos a Solón, hombre de estudio, moralista y poeta griego para esbozar el retraso de ese mandamás que definía lo políticamente correcto: “A menudo el odio se disfraza con una careta sonriente y la lengua se expresa en tono amistoso, mientras el corazón está lleno de hiel”. En semejante desequilibrio danza su heredero y nuestra gobernanza conforme muestran los últimos acontecimientos. Irrupción también en escena de “casposos” y “buenistas”, que han luchado denodadamente contra el sistema, cuando los días revelaron que no aspiraban a derribar el bipartidismo sino a ocupar sus escaños. De ahí la persistencia tuitera de odio a Rajoy y su corrupción, como si los otros partidos no afanaran pesetas y euros, incluidos dineros de obreros.
Otra vez hay que cabalgar sobre el odio-cólera de los débiles y ensanchar el corazón para abrir caminos. Javier Ferández y Mariano Rajoy –avalado por las últimas consultas electorales– son hombres responsables, lacónicos e inteligentes para encontrar el puente primordial.

 

Nuestro odio cainita

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