MISERICORDIA

En Ágora, la compañía titular auspiciada por el concejo coruñés ofreció dos representaciones –prácticamente llenos– de la obra “Misericordia”, de  Benito Pérez Galdós. Corte de los milagros madrileña. Cruel e insolidaria, desarrollada en el siglo XIX, que nuestros días prolongan con agria miseria, envidia y dolor. Desgraciadamente el hombre sigue siendo lobo para el hombre y así nos va con la corrupción generalizada, el caos institucional y los antisistemas que florecen como setas. Tal Benina (protagonista en cuyo éxito encarnamos al resto de compañeros de reparto) que sirve una extraordinaria, polifacética y convincente Lola González Macarro.
Fuerza dramática que nos envuelve en vida consagrada a los demás y rechazada por las beneficiadas de su caritativa conducta conforme, paradójicamente, reitera la copla “Hacer bien en este mundo es una prenda de Dios”. Ingrata acción reacción. Pedir limosna para Doña Francisquita cuando se la sirve como criada y recibir a cambio ingratitud al sobrevenir tiempos mejores. Veintiuno cómicos deambulando tras su pícaro espejo. Un asilo como solución a los problemas de una sociedad enferma dominada por el poder y el dinero. Extraordinario movimiento escénico coral con individuos que entran, salen, cantan, bailan y actúan rítimicos y equilibrados. Discretas la iluminación y sonido de Oscar Domínguez.
Pero el brillantísimo espectáculo-escenas salpicadas por aplausos y bravos-no sería posible sin Víctor Díaz Barús, aprendiz de brujo, profesor que brinda casting anual –a partir de 16 años de edad– a quienes sientan vocación teatral. Pues a este delicado director “dramaticus” la inspiración siempre le coge trabajando y los resultados así lo acreditan. Al saludar desde el palco escénico con sus compañeros, el público celebra su escenografía desnuda y sencillas proyecciones al construir un Madrid barroco, tenebroso y, sin embargo, lleno de luz.

MISERICORDIA

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