Historias para no dormir

Estoy turulato. Pasmado por la dislocación de nombres y perplejo por el falseamiento histórico. Antes todas las familias contábamos con nombres como el tradicional José, nuestro vulgar Pepiño, y ahora utilizamos asépticamente el nombre como sintagma para designar cosas. Verbigracia, Adolfito, en la anexión de los Sudetes cumpliendo su teoría del “espacio vital”, abriendo la tragedia del siglo XX; igualito que hogaño el camarada Putin hace con Crimea desgajándola de Ucrania. ¿Cañones en vez de energía o el referéndum impuesto bajo la protección militar de los misiles? Nada nuevo bajo el sol. Pacifistas y agresores ante el tablero de ajedrez. También entonces un genocida apellidado Stalin, bautizado José, aprovechó sus carros blindados con sonrojante coraje.
Analizamos los casos. Historias que adormecen niños y engatusan mayores. Perífrasis verbales. Circunloquios –publicados hace un par de días– donde se glorifica a un “guerrillero” dedicado a robar a mansalva e imponer justicia con disparos a la nuca. Claro que en este imperativo social –dura lex, sed lex– asimismo se investiga quién asesinó a Viriato o al mercenario francés que “ni quitó ni puso rey, pero ayudó a su señor”… Abundantes sinécdoques en el paso redoblado de la revolución permanente hacia el poder. La mentira envuelta en papel de celofán. Ya no valen fechas ni héroes.
Los progres arrojan sus dados: Fiesta del Árbol, de la bicicleta, de la mujer trabajadora, etc. Como si no fueran situaciones que respetar todo el año. Y se sustituyen por mensajes de trasnochadas ideologías. Tal el aborto reducido a cuestión de conciencia cuando, al contrario, está explicado por la doctrina científica y debe encuadrarse en los derechos humanos y defensa de la vida. Pretenden borrar la familia como célula social. Y todavía disfrazan las masas de Ortega –horda, clan y tribu urbanas– como ciudadanía antisistema y ácrata.

Historias para no dormir

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