Foro humanista

José Emilio Astray Coloma tiene estampa de jurisconsulto romano. Gracia patricia. Empaque. Firmeza. Capacidad persuasiva. Buen decir y un magnífico humor para rematar con elocuencia sus alegatos. A él correspondió por méritos, entrega y experiencia jurídica el informe oral de gratitud al Colegio de Abogados de La Coruña por figurar conmigo durante medio siglo como miembros de la institución. Su pieza oral fue exhaustiva, amena, inteligente y concluyó –beneplácito de carcajadas y aplausos en la Fundación Barrié– al advertir de que las distinciones se basaban únicamente en el mérito de no estar ya en San Amaro. 
Aparte de mis elogios, no quiero dejar sin respuesta la calificación de “humanista” con que el decano –Augusto José Pérez-Cepeda Vila– distinguió a nuestro diario. Para ello redacto mi informe escrito subrayando la lírica que expresa la abogacía llena de sentimientos y contradicciones. Emoción, entusiasmo y exaltación de un río de recuerdos vividos con sus aciertos y errores, serenidades y sobresaltos, pero siempre con entrega total hacia el cliente. Porque el buen abogado es un gentleman que nos aconseja en silencio. Imperturbable en su señorío como las nubes que pasan o las olas furiosas que después se calmarán. Una luz en la oscuridad para que obviemos el rencor o deseos vengativos del cliente. O la claridad lunar que orienta la vuelta a casa. Caballero, siempre distinguido y cortés, cuando saluda afectuoso al antagonista. Sin sermones ideológicos, regaños absurdos o asesorando sin ton ni son. Delicadeza, sobriedad, nobleza. Dejando siempre la última palabra al cliente pues a él corresponde decidir. 
Pues mis genes fallaron estrepitosamente. Ninguno de mis cuatro hijos y siete nietos han cursado Derecho. Quizás, porque con un famoso autor saben que el secreto de la existencia humana no consiste en vivir, sino en saber para qué se vive. 

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