LA FELICIDAD CONFORMISTA

Situación del ser para quien las circunstancias de su vida son tales como las desea (María Moliner dixit). Ahora, con motivo de las próximas elecciones locales, autonómicas y generales, saltan los charlatanes políticos a la palestra prometiendo mil cosas desde los lugares más inverosímiles. No solo venden el producto ofrecido, sino que añaden un peine para calvos y un bastón inútil a quien no sufre cojera. El caso es cumplir los anhelos de esa dicha inalcanzable por ilógica. Recordemos que el hombre feliz –camisa fundamental para curar al rey– tenía el torso desnudo y que el enanito sabio del cuento infantil aseguraba que no era pobre quien tenía poco sino quien codiciaba mucho.
El concepto de la palabreja es muy subjetivo. Así Lazarillo de Tormes, que después de mil desgraciados acontecimientos y sinsabores, casa con una criada del arcipreste (que se “beneficiará” de ella) y él proclama su dicha final: “En este tiempo estaba en mi prosperidad y en la cumbre de toda buena fortuna”. Confucio aludía al todo para ser dichoso mientras que Gary Cooper –vencedor de mil historias cinematográficas– decía que un hombre feliz es aquel que durante el día por su trabajo, y a la noche, por su cansancio, no tiene tiempo de pensar en sus cosas.
Hace un par de días el psiquiatra Enrique Rojas indagaba sobre la plenitud humana y su predisposición a la felicidad. Señalaba cinco caminos. Me parece una utopía dicha con énfasis. Yo creo, por mi ignorancia enciclopédica, que sólo el amor puede compensarnos. Decir a los otros que somos felices aunque no sea un salvoconducto para tirar cohetes y pensar que ya no hay nada más que hacer. Quizá, como tantas ocasiones, debemos dejar de lado los grandísimos cerebros pensantes y evocar el popular silogismo acuñado por Bartrina: “Si quieres ser feliz, como me dices,/no analices, muchacho, ¡no analices!”.

LA FELICIDAD CONFORMISTA

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