MI FAMILIA, HOY

Hace tiempo escribí sobre la familia como diamante codiciado muy difícil de mantener en las horas que corren. Mi edad madura, compartiendo mesa y mantel con los míos al cumplir años, me permite insistir “boludo” acerca de la célula social que nos atenaza y dignifica. Fuera del falso progreso, sobrepasando torpes soberbias, desde la más sencilla erudición filosófica, creo que en el laconismo frugal del deseo se encuentran los mejores mimbres para hacer un buen cesto. Goces puros. Sin apaños tristes. Confortadores. Porque ni riqueza, ni consideración pública, ni éxito consiguen la felicidad familiar. Coadyuvan lógicamente a ello pero no lo determinan y, por contra, la frustración el fracaso robustecen el afecto y comprensión entre sus miembros al compás que la paz, la serenidad y el sosiego son valores con objetivos claros.
No hace falta emprender grandes proyectos. Ni lanzarse al progreso del mundo. Pues el hermano que ayuda al hermano –dijo Salomón– construye casi una fuerte ciudad. Y de esa urbe humana aparece tuitiva la madre que aprieta a todos sus miembros en único haz por opuestos que sean. Cien hijos del mismo vientre y todos diferentes, consanguíneos y afines. Semejante tronco femenino se hace árbol para un destino bien construido y firme a lo largo de los años. Con inmenso cariño y entrega propagándose hasta el infinito de las generaciones... No es la educación y el consejo, aunque también convenga impartirlos. lo que hace ciudadanos responsables a los hijos sino el ejemplo que ven en casa y que ellos transmitirán a sus enanos respectivos.
Seguro que disfrutaré un cumpleaños feliz acompañado por mi esposa. Si echo la vista atrás me parece imposible atracar al muelle. Sin embargo aquí permanecemos nostálgicos mi Santa y yo. En el acantilado de un tiempo que se nos ha ido de las manos mientras cambiábamos los pañales a los niños.

MI FAMILIA, HOY

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