La ensenada de los delfines

Ha pasado medio diluido entre los medios de comunicación uno de los acontecimientos más impactantes de nuestras Fiestas de María Pita. El Ayuntamiento programó el viernes de la semana pasada-entre diez y catorce horas-un brillantísimo evento en la ensenada del Orzán, utilizada como tarima acuática desde la playa del Matadero hasta las monjas de Riazor. Tablado único, alucinante, sorpresivo. Repiqueteo, zapateados, contoneos, malabarismos de doce hermosos delfines agitanados, caracoleantes y zumbones en sus blusas metálicas de lunares grises y blanco. Espectáculo gozoso. Inverosímil. Cuatro horas de duración que parecieron cuatro minutos para contemplar el desfile que dejó estupefacto al personal y con ganas de repartirlo muchas veces.
Tchaikovsky y su ballet de los cisnes quedó tamañito ante la elasticidad simpar de estos acróbatas de nuestra ensenada del Orzán. Con ramos de jacintos lorquianos y aires de Rosalía. Eucaliptos, caracolas marinas, cristales de tojo mordiente como peces abrasivos. También un alalá frenético llorando en el horizonte. ¿Baile? ¿Cónclave? ¿Reunión? ¿Peregrinos a Santiago con norte perdido? Si fueran danzas no responderían a la inspiración del maestro ruso, sino a una música popular, sintética, abstracta. Irreconocible popurrí de compases y ritmos con predominio de enérgicas baterías y guitarras eléctricas junto a inconfundibles gaitas, panderos y bombos que intentan atrapar a nuestra ciudad, que se ata al faro romano, para que el canto de estas singulares sirenas no nos hechice... Acaso, además debate económico superador de malos tiempos. Quizás reunión promotora de turismo coruñés que arrasa a Galicia. O romeros hacia La Quintana a fin de comprobar la cumbre  del nuevo curso político protagonizado por Merkel y Rajoy.
El evento dejó mudos a quienes lo disfrutaron desde los arenales y Paseo Marítimo y un promotor neoyorquino corría desesperado para llevarse el espectáculo al mismo Broadway.

 

La ensenada de los delfines

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