La elusiva ironía

Es inútil. Me doy por vencido. Hablamos idiomas diferentes y así es muy difícil entenderse. Podríamos utilizar signos, pero también necesitaríamos un punto de partida coincidente y determinado paralelismo conceptual. Afán de arribar a puerto con muelles de tolerancia y comprensión al ocupar el sitio del interlocutor... Yo camino por las estrellas, creo en los sueños, interpreto a mi antojo la realidad. Aunque reciba bofetadas no me disgusto. Si acaso me molesta y mucho que se me identifique con intención dolosa. Que pretendo insultar cuando es simple broma, una pompa efímera de jabón, expresar cuanto distingo y quiero al dialogante... Tú, en cambio, caminas a ras de tierra. Eres espiritual, sensible, cariñosa. Sin embargo, admites pocas bromas. Quieres seriedad, realismo auténtico y verdad. Llamas al pan, pan y al vino, vino.
Seguro que estás en lo cierto y yo, como es habitual, despistado valiéndome de tópicos y necedades al uso. Porque el gallego que encuentras en mitad de la escalera  sabe bien que va abajo. Y a la pregunta que le hacen replica sincero y dolido. Mientras, escudo protector de malos momentos, utilizan la ironía. Esa figura retórica para decir con rodeos algo lisonjero y fácil de entender o contraste entre dos hecho que resultan ilógicos.
El paisaje gallego. Nieblas, vientos, lluvias nos vuelve introspectivos. Analizamos nuestro interior a lo hondo. Por eso somos reservados ante la negra sombra que asombra. Tan solo un milímetro separa lo real de lo irreal. Vivimos elusivamente. Proyectándonos sin proyectarse. De ahí que la ironía sea algo íntimo. No es una cosa para aprovechar y tirar, sino una naturaleza que se es y no se tiene... Sucede que por mi manera de ser, muchas ocasiones –puro divertimento dialéctico– prescindo de la verdad y acudo a la fantasía para provocar la carcajada liberadora.

La elusiva ironía

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