CULPAS REALES

Los políticos europeos no aciertas a quitarse la vergüenza que padecen. Son muchos refugiados que huyen de conflictos bélicos o pretenden mejorar sus niveles de vida. Que deberían ser resueltos por los altísimos mandamases encargados de resolver problemas geopolíticos o de reparto de riquezas y fijación de fronteras; sin escamotear bultos, mirar para otro lado o que te cojan el paso cambiado al desfilar en columna de honor… Pero la trágica crisis migratoria los contradice: ahogados en el Mediterráneo, alambradas fronterizas disuasorias, gentes colgadas de trenes, otras caminando a las tierras prometidas de democracias europeas explotadas por las mafias…
Algo no funciona bien cuando los ciudadanos de los países codiciados abren sus brazos a los que llegan y los responsables del cotarro se ciñen a reunirse sine die… sin resolver nada. Si escarbamos subyace un complejo de culpa. Discutir nimiedades cuando criaturas humanas hacen camino de muerte sin regreso. Es el mismo coraje dramatizado por Bertold Brecht en su guerra centenaria o la verdad escamoteada  a las palabras para que  no sean transparentes ni creíbles. 
Cierto que la palabra, sin entrar en disquisiciones filosóficas, es una unidad de comunicación. Su total eficacia, sin embargo, necesita un receptor que la reciba y cocine. Por ello, partiendo que lo mejor es contrario de lo bueno, la perfección diplomática actual entre naciones semeja romperse en mil pedazos. A los hechos del mundo globalizado me remito. Un complejo de culpa que atenaza y atormenta los sueños de los dirigentes europeos. Fantasmas que acuden al despertar con los sapos de noticias no queridas… Es el eterno regreso a la casa paterna. A ser introspectivo en el análisis para conocerse. O utilizar el psico-diagnóstico de Jung o el psicoanálisis de Freud. Pese a ello, la perla del debate radica en adoptar resoluciones equitativas y justas. 

CULPAS REALES

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