Cine vivo de almas muertas

Mi amigo estadounidense Ford –no el de los automóviles, sino el peliculero–  está pasando unos días en La Coruña y me está volviendo loco. Estos productores cinematográficos jamás paran influidos por la sentencia anglosajona de que el tiempo es oro. A las seis de la mañana –antes de que el Ayuntamiento haya puesto las aceras en la calle– ya quiere visitar a familiares y conocidos. Tengo que luchar a brazo partido con él y los peligrosa para su integridad, si tal hiciera.
Pero es un hervidero humano. Un manojo de nervios. Un compulsivo trabajador. Siempre hay que hacer algo. No goza el ocio de horas, devorándolas sin remisión... Actualmente que el cine de terror goza buena aceptación intenta sacar rentabilidad a las vacaciones suyas. Así ha dado en rodar alguna leyenda de Carré Alvarellos, cualquier superstición gallega, historias del más allá u oscurantismo finisterráneo. Sin embargo, tiene exigencias al elegir lugares de rodaje e intérpretes, aunque a mí me traiga al pairo porque tan cuantiosos gastos corren a cuenta del productor.
No obstante, dadas las exigencias del mercado y que atravesamos época de vacas flacas, con máquina movible y sencilla intenta nada más y nada menos que rodar una procesión auténtica de la santa compaña. Le expliqué al detalle las imposibilidades físicas de captarla. Lo intentaron otros cineastas en la fraga de Cecebre al rodar “El boque animado”, del coruñés Fernández Flórez. La terquedad de mi amigo Ford es ilimitada. Quiere amasar millones de dólares y solo lo lograrán si ofrece –sin trucos ni maquinaciones de rodaje– las fotos reales y en movimiento de estas almas muertas que pasean por los campos, precedidas de cruz y caldero, demandando sufragios adecuados. Lo hacen de noche. Con luces sobrecogedoras y terminan frente a la casa de un vecino, cuyo fallecimiento anuncian, lanzando piedras contra su tejado...

Cine vivo de almas muertas

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