UNA CARTA QUE RIEGA

Si estás bien, bien está. Yo estoy bien. El ego valeo me sumerge en el latín de mi bachillerato y aquella relación epistolar que entablaban las personas, fueran asuntos comerciales, financieros, afectivos, familiares o amorosos. La distancia y el tiempo separaban físicamente a escribidores y receptores, pero los acercaban en el trato personal. Muchas veces no coincidían por obcecación, dogmatismo o terquedad. Y otras, porque adrede, identificaban cuanto se les quería decir y cerraban puerta al entendimiento racional.
Hoy vivimos lejos de semejante mundo retórico y plañidero que dejó abundantes y logrados ejemplos teatrales, literarios, didácticos y eruditos. La maquinaria global puesta en nuestras manos para ejercerla ahorita mismo nos ha dejado desnudos al sol y sin bigote. Nada es lo mismo. En un tris tras disparan a quemarropa... Yo, sin embargo, continúo en aquel jardín perdido y reviven mis flores nostálgicas cuando alguien lo riega.
Como mi buena y constante amiga María del Carmen García de la Torre. Inteligente criatura de una pieza donde su acreditada preparación profesional corre pareja a su profunda humanidad. Y ha vuelto a sorprendernos, a mi santa y su humilde escudero, con el último libro del pastor anglicano Michael Lapeley, “Reconciliarse con el pasado”. Una víctima terrorista por su participación contra la política del apartheid sudafricano –dejándolo tuerto y sin las dos manos–, que ha sido capaz de encontrar un camino desde la lucha por la libertad hacia la sanación.
Dedicatoria escueta: “A Juan y Elvira, mis oraciones y buenos deseos”. Pero nuestra amiga remitente explica con solidez y buen entendimiento el encuentro en su casa –sobrino, autor e hijo hablando inglés– y ella aumentando su rubor ignorante...  “Hasta que el autor se sentó al lado (es un gigantón descomunal) y me dio unos cuantos arrechuchos que me pusieron en mi lugar de siempre”. Un hombre animoso acompañado de su ayudante singular.

UNA CARTA QUE RIEGA

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