El cambio de poder

Visto lo visto y vaticinado lo por venir me aferro como clavo ardiendo a una idea que fortalezca mi capacidad humana de superación. Busco aquel espíritu de Isabel y Fernando como base fundadora de cuanto hemos dado en bautizar tierra de conejos, denominada España. Con sus grandezas y miserias,  heroicidades y cobardías, aciertos y desaciertos. Me gustaría tropezar aquellos magníficos reyes y que me sirviesen de lazarillos descubriéndose Castilla y Aragón en el polvo, sudor y hierro de personajes al destierro cuando el sol flamea en la punta de las lanzas… Caminar de puntillas sobre nuestros hechos históricos acompañado por solipsismo ultra que únicamente reconoce el yo individual y lo demás mera representación peyorativa de un ego retórico y asfixiante.
Cualquier persona normal puede llegar a  mis conclusiones. Corte de milagros. Viejos eruditos a la violeta que renacen con el otoño. Catedráticos que no imparten enseñanzas, aprovechando momios de contratos que maldito para que sirven; jueces que prejuzgan parcialmente; órganos mediáticos se escriben soflamas que no creen; corruptos con presencia real burlándose de los ciudadanos; sabelotodos oficiales… Timadores, pícaros, ladrones. Fanatismo exacerbado que va mota en ojo ajeno y no la viga en el propio. Cualquier persona con sentido común –los humanistas y los humorista sin ir más lejos– saben muy bien que ese sentido es el menos común de los existentes. 
La encrucijada nos coge despistados. De ahí que suspire por aquellos egregios monarcas que montaban lo mismo y tras su autoridad cumpla el itinerario desde Solón a nuestros días. Un evangelista de hoy, Francisco Rodríguez Adrados, dice una frase reveladora: “El mundo ha sido siempre un lugar peligroso. La democracia es un intento de disminuir la conflictividad hasta límites aceptables y de hacer menos dramático el cambio de poder: no otra cosa”. 
 

El cambio de poder

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