Cambio climático

Por breve, normal o longevo que sea el camino, salpicado por mil incidencias, siempre regresamos a Itaca. Y atracamos en la tarde al puerto, amarrados al bolardo. Volvemos a la casa familiar, a nuestra infancia, a nosotros mismos. Nunca hay vuelta de hoja pese a todas las promesas de cambio que repetimos con falsete maniqueo la noche de 31 de diciembre. Queramos o no somos perros de hortelano que ni comemos ni dejamos comer; al pairo, aquel cura de Alcañiz Alcañices que a la nariz le llamaba las narices… Así estos días se ha comprobado como las cancillerías del orbe se han agitado ante el oleaje de los desharrapados que viven de los conflictos económicos-sociales, no pegan golpe al agua, pero, sin pertenecer a ningún sindicado, portan pancartas.
Los inversores, empresarios, autónomos, clases medias y productores independientes observan con inquietud y lupa a los profetas del nuevo cambio climático y su nirvana de “pobreza” igualadora: esclavos de nuevas cadenas, siervos de la gleba, lazarillos, comisarios comeculos de la nueva “aristocracia” trepadora. Las bases sustentadoras de los tiempos políticos –democracia griega, Pax Romana, tradición judeo-cristiana, la ilustración con su revolución burguesa y reconocimiento del ciudadano y la desgarradora rusa de tan tristes recuerdos– parecen derramadas y rotas por un chiquillo maldito. 
Aceptación y rechazo. No existe otra alternativa. Nuestro cuadro genético está enraizado en el “logos” y ningún movimiento –por coletudo que sea– lo hará excelentísimo sistema para gobernar. La temperatura benigna de Rita Maestre pudo mostrar sus tetas en una capilla universitaria al ser trashumante; pero, ahora, los fríos y nuevas castas les hacen refugiarse en las cavernas institucionales, especular con pisos de protección oficial y actuar de nepotismo troglodita a fuerza de incurrir en las inmoralidades que pretendían subsanar.

Cambio climático

Te puede interesar