LA BELLEZA HUMANA

Cuenta una leyenda oriental que Dios puso obstáculos en el camino del genio para que los ángeles apreciaran la constancia y sabiduría del hombre. Superar tan desigual lucha define lo que hemos dado en llamar belleza. Añadamos a ella los tres azares que Marañón señala: excelsitud del alma; el de que el alma genial encuentre su ambiente propicio; y, todavía el de que el alma y su ambiente se encuentran en el momento justo exacto, que uno a otro se puedan fecundar.
Todas estas circunstancias son las cualidades que transforman un simple mortal en divino maestro. Juan Sebastián Bach así mismo desarrolló su espíritu inmortal en una encrucijada histórica: la revolución industrial inglesa, el capitalismo y su derivación social, la redacción de la “Enciclopedia” con Diderot y D’Alambert, la ilustración y la muerte de este gran compositor alemán –1758– que echa cierre al medievo, facilita el Barroco y alumbra con el pistoletazo del joven Wharter el Romanticismo.
Antonio Gómez Rufo anda por estos andurriales y con su pluma fácil acaba de publicar “La camarera de Bach”, donde cuenta las andanzas de Madlene, joven vivaracha que sale del orfanato de Leipzig para servir al gran monstruo germano. Un hombre feliz, que gustaba del vino y la diversión o posiblemente indescifrable para sus superiores incapaces de reconocer en aquella criatura las manos creadoras de Dios.
El laureado comentarista español muy sutilmente descubre el escenario curioso y fascinante donde se desenvuelve esta camarera doméstica que acompañará al padre de los conciertos de Brandeburgo hasta el final de sus días. Una tesonera muchacha, mecida por acontecimientos extraordinarios, que muchos años después las sufragistas convertirán en ejemplo de lucha de emancipación femenina. Por cierto, nuestra heroína, acompañada de su marido, Markus Sindelar, se instaló en Madrid, calle Arenal, próxima a la Puerta del Sol, y tuvieron tres hijos.

LA BELLEZA HUMANA

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