Aquelarre

El verano siempre me depara ocasión de encontrarme con la familia y viejos conocidos. Aunque brujo de cuarto orden, mi tío Belcebú, solterón anidado en la costa de la muerte, siente predilección por su sobrino coruñés y me lleva de la mano a participar en el aquelarre que los gallegos celebran puntualmente aprovechando las vacaciones. Son reuniones itinerantes de poco nivel pero amenas e ilustrativas para los aprendices de trasgos. 
Más que de magia los reunidos reparten afectos, recuerdos, añoranzas y rozan muy levemente cuestiones políticas porque no quieren enzarzarse en discusiones inútiles. Las asambleas varían al objeto de conocer nuevos lugares y repartir los dineros. Este año correspondió alojarse en Villagarcía de Arosa y disfrutar la belleza de su ría.
“¡Ohel Shalom!” Saluda mi tío en un perfecto hebreo con edad lo menos de cuatrocientos años. Configuración espectral pero rígida. Si acaso una sustancia incorpórea me permite ver la pared. Los adornos. Las curiosidades. El refinamiento. Verdades soltadas como ebullición sin hervor acerca del panteísmo y la tierra prometida. Canaán en la búsqueda de una muchacha hermosa-La Coruña-dicen que corrió desnuda por el arenal conque Dios dio nombre a la ciudad, cuando en realidad fue un aerolito estrellado contra un istmo que unió el tómbolo a tierra firme. 
Los panteístas son incorregibles. ¿Es posible que un objeto creado se trueque en su propio  Creador? Confunden potencia con acto. Ateos, gnósticos, incrédulos viven historias de aparecidos arrancadas de la leyendas de Carró Alvarellos. Costumbre y modas. Usos y desusos. Buscar el mañana y arrinconar el pasado. Como los partidos tras la lluvia electoral para hacerse con el escaño donde se cobran buenos emolumentos y fiestas de guardar… Mientras, asegura mi tío, somos más humildes: si acaso ofrecemos la Santa Compaña como atracción turística o la pérdida irrelevante de un alma ya condenada por desconfiada…

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