Apuros domésticos

Confieso que soy un lerdo. Un zoquete para resolver cualquier problema casero: arreglar plomos de la luz, reparar el grifo de la cocina, subsanar determinado percance de la aspiradora o lavadora... Una real nulidad. Incluso si me apuran soy puro manazas con respecto a todos los alimentos envasados necesarios para sobrevivir: leche, zumo, lata de sardinas, botellas de enjuague bucal. Mi naturaleza me ha inclinado más hacia la elucubración especulativa que por la habilidad práctica de resolver situaciones. Me fatigo en laboriosas construcciones intelectuales con poco fundamento y encima cuando actúo lo hago en la segunda acepción del “tumbaburros”: comerciar o negociar con algo.
El fallo es mío. Reclamo todas las culpas. Me sucede como cuando en primaria la profesora me hacía preguntas que no venían en la cartilla ni donde yo había llegado. Vamos a ver, ¿quién me enseño a encontrar los productos en los anaqueles del súper? Siempre tengo que acudir a la cordial colaboración de un encargado o a la sonrisa comprensiva de una empleada señalándome donde está. Y no lo hacen por ligar conmigo, dados mis achaques y edad madura, salvo que pretendan fastidiarme...
Después, al llegar a casa y tratar de abrir cualquier envase los relatos épicos de los conquistadores españoles son pequeña minuta. “Apertura fácil”. El producto adquirido dice eso pero yo tengo que aplicar física cuántica, desarrollar integrales y derivadas... para quedarme con palmo de narices y sufrir la humillación de pedírselo a mi “santa”. Inútil decir que lo resuelve en un periquete.
Estoy condenado a vagar mundo adelante bajo el estigma del fracaso. Si ayudo a fregar los platos rompo alguno o le dejo restos de comida. El simple hecho de barrer es cambiar el polvo de rincón y una tarde que intenté planchar únicamente destrocé la pechera de una camisa y sufrí una quemadura de agárrate y no te menees.

Apuros domésticos

Te puede interesar