Amor flexible

En el Rosalía –dos representaciones y media entrada– la compañía Redrum Producions estrenó “Amor flexible”, texto de Alex Sampayo –también director–y Borja E. Caamaño. Enredo femenino donde cooperan aportaciones de Araceli Gunda y Avelino González. Discreta escenografía rematada por grandes cristaleras. Desafortunado y estrafalario vestuario, especialmente la madre. Siete confusos pecados capitales para proyectar fines que todos perseguimos: la frívola felicidad social.
Torpe cadena de deseos hasta sus últimas consecuencias. El protagonista Tristán ama a Eva pero duda a la hora de formalizar matrimonio que, por otra parte, urge a la muchacha embarazada por otro. Intenta acostarse con él pero fracasa porque ha sido operado recientemente y no consigue la erección. Desde ángulo dispar, Piluca, madre de la muchacha, rebasados los sesenta intenta una segunda oportunidad y vuelve al hogar familiar para conseguir dinero y marchar a Cabo Verde con su novio Bambé.
Caminos empedrados de buenas intenciones. Donde saltan los fracasos. Todo vale para cazar la pieza. Sin profundidad. Reducida a hedonismo de cafetería barata. Incongruencias. Desequilibrios. Conflictos alienantes. Falta ese pozo de agua limpia que nos permita el ejercicio de una libertad digna e insoslayable para vivir… Seguramente mi crítica está enredada en la tergiversación del amor flexible como nuevo amanecer. Acaso pudiera ser más un espectáculo tipo club de la comedia tan habitual de nuestros tiempos. Mela Casal defiende con histriónica alegría su burlón y esperpéntico personaje. Tamara Canosa acarrea granos de arena poco convincente al hormigón fraguado y Guillermo Carbajo, tras mostrar equilibrio cómico, nos obsequia con sinceridad y emoción.
¿Apología de la ninfomanía como opción existencia?

Amor flexible

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