El amor a debate

El cariño verdadero, como pregonaba la copla, no se compraba ni se vendía. No había dinero suficiente en la tesorería familiar para comprar un querer. Siempre, a fin de cuentas, hay un “durante” inevitable que enhebra los sucesos. “Quiero y no quiero querer, a quien no queriendo quiero, he querido sin querer y sin querer estoy queriendo”. Eros y Cupido nos conmueven aunque seamos más duros que el pedernal, pues el amor es un estado de ánimo. “Asombraba a sus ojos una lágrima, a mi labio una frase de perdón; habló el orgullo y enjugó su llanto, y la frase en mis labios expiró. Yo voy por un camino, ella por otro; pero al pensar en nuestro mutuo amor, yo digo aún: ¿por qué callé aquel día? Y ella dirá: ¿Por qué no lloré yo?
Nuestro amor es imposible. Se oponen radicalmente nuestras familias. Ninguno puede entregarse al otro. Escondemos los encuentros yendo a misa de doce y media. Mil veces hemos pensado saltar las barreras que han interpuesto entre nosotros. Y, sin embargo, tenemos derecho a compartir felicidad. Lo malo es que yo no tengo oficio ni beneficio y tú también estás a la luna de Valencia. Y así es muy difícil salir adelante: coger un par de maletas, cuatro trapos, tomar viento fresco y mandar al que dirán, padres y compromisos al desván de trastos inútiles.
Dudo si te amo y eres la mujer de mi vida. Tu situación es similar. “Ven, a por la calderilla de tristeza que tengo para ti” (Paul Auster). Pero la meta del deseo –conseguir la persona amada– coincide con la voluntad moral de la pareja. Por eso somos criaturas de un tiempo que es pasado, presente y futuro. Sin embargo, resulta ilógico creer que el pasado existe y el futuro ya es. Ninguno vale para este preciso segundo. Lo útil es ser alegres. Tener esperanzas. Creer que disfrutaremos momentos mejores. Un nirvana que aguarda en la esquina de la calle. Esos nietos que tenemos imperiosa necesidad de formar y atender…

El amor a debate

Te puede interesar