Alabanza del desayuno

Uno de los mejores placeres que me ha dado mi longevidad es el desayuno. Otrora, cuando estaba metido en el mercado del trabajo como locomotora familiar- arrastrado a mi santa señora (energía cibernética reguladora de vidas y máquinas) y cuatro hijos (alumnos estudiosos de facultades y escuelas y por consiguiente más consumistas)- no tenía tiempo para nada. Un café pequeño y un plátano para darme potasio conque enfrentarse al match- point diario… Hogaño, sin embargo, esa primera comida es sal de la mañana. Desde que salgo de la ducha y me acaricia el olor del café de pota. Desprende erótica seducción casi casi equiparable al orgasmo. Una buena taza sobre la mesa mientras pierdo la vista en el mar que me saluda tras la ventana. Primero un vaso de zumo para apartar ardores nocturnos y después la bollería o los churros como tiovivo cascabelero con sabor druida de mágica noche de San Juan. Empero aunque es franchute y nosotros tenemos mejor repostería, me inclino por el croisant, acaso porque me recuerda las ensaimadas de Prouts cuando buscaba el tiempo perdido. También gozo esa crujiente y deliciosa compañía que me hace cavilar mientras la disecciono con cuchillo y tenedor, mientras leo “El Ideal Gallego”. 
Y no reniego, Dios me libre, de la barroca cocina gallega. Quizás la gala no se encuentra entre mis pecados capitales- peso 55 kgs. mido 1.78 cms- pero leí a Castroviejo y su libro, “Galicia guía espiritual de una tierra”, donde aclara que el románico representa el triunfo del campo sobre la cidad. Y evoca las doradas empanadas que en el siglo XII se despachaban en el palacio feudal de Gelmírez o los once platos servidos en ciertas casas rectorales y de campesinos ricos el día del patrón… Martínez Barbaito, nuestro genial Picadillo, Julio Camba, Enrique Chao Espina y otros muchos describen nuestros platos típicos- caldo, lacón, cocido, filloas, flanes, quesos, mariscos y natillas- frente a la proliferación de comida rápida a cien…

Alabanza del desayuno

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