Abram, mi amigo judío

Mi amigo tiene nombre de patriarca bíblico. “Toda esa tierra que ves te la daré yo a ti y a tu descendencia para siempre. Y haré tu descendencia como el polvo de la tierra; si hay quien pueda contar el polvo de la tierra, ése será quien pueda contar tu descendencia”. Las palabras del Génesis explican esta interlocución entre almas parejas. Definen y diseccionan un carácter en tiempos donde la revuelta política del cercano Oriente y el terrorismo internacional golpean y confunden a víctimas buenas buenísimas y tiranos malos malísimos. Sin matices de grises intermedios porque se prejuzga sectariamente.
Salou. Paz. Mi amigo sonríe con los ojos muy abiertos inclinando levísimamente su cabeza. Cordial. Elegante. Generoso. Puntual en las citas como cortesía de bien nacidos. Barba abundante y rubia. Delgado. Fibroso. Recuerdas los retratos israelitas pintados por Tomás Pereira. Cierta amargura dramática deslizándose por su boca de pueblo mil veces maldito, desterrado y perseguido hasta el holocausto por un loco que se creyera Dios. Todavía resuena la expulsión de judíos patrios de sus hogares de Toledo y ahí están los descendientes sefarditas a quienes nuestro Gobierno ha reconocido nacionalidad española… El siete como número cabalístico. Los apellidos de topónimos de ciudades evocan progenitores de sangre judía. Pero al amigo israelita está siempre cuando se le necesita. Con su lealtad y sacrificio. Su entrega, comprensión y ayuda. Esperando contra toda esperanza como cantó Verai con el “Va pensiero…” de Nabucco. Y sin pasarse tener en cuenta los límites de Cicerón. “Este es el primer precepto de la amistad: pedir a los amigos sólo lo honesto, y sólo lo honesto hacer por ellos”, pues vivimos horas turbadoras donde la corrupción es oportunidad, la mangancia negocio y los dineros públicos no tienen amo… Rebobinemos: Quien encuentra un amigo, encuentra un tesoro.

Abram, mi amigo judío

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