ABELENDA

Él me aseguró que yo fui pionero crítico de su primera exposición individual celebrada en la ya desaparecida librería Lino Pérez de nuestra calle Real, por entonces muy progre. ¡Pudiera ser...! Sí, en cambio, afirmo que recién casado, compartiendo cena casera con mi mujer, muchas veces rompimos la madrugada amontonando ilusiones y descubrimientos. Nada más y nada menos que intentando despejar la ecuación del arte que, si bien nunca nos dirá la verdad de la vida, ayudará en parte a explicarla. Indagábamos cuánto de hermoso, bajo su aparente frivolidad, comporta el valor divino de lo humano. Comprender el universo y hacerlo comprender, si utilizamos palabras de Rodin.
Las horas, a manera de platónico enriquecimiento, desfilaban irreversibles por el plano inclinado.  Inspiración. Trabajo. Dialéctica. Conviene ordeñar el tiempo que se vive. Recogerlo con lealtad filosófica y fidelidad pretoriana. Conforme hiciera mi joven amigo, estudiante de arquitectura en Madrid, remitiendo viñetas a “La Codorniz” y así parir más adelante sus famosos abelendarios.  
También buceando mil salidas o palpando inquieta oscuridad para atracar a puerto. Tal el cuadro abstracto que adorna mi vestíbulo hogareño. Técnica suya poco conocida ante los murales, óleos, cartones y dibujos figurativos. Autorretratos, púgil, alma en trance, maternidad en ese análisis de memorable buque insignia crítico firmado por Ánxeles Penas publicado en las páginas de nuestro periódico al comentar el certamen ofrecido por la galería Xerión –Modesta Goicouría, 7 bajo– hasta el 7 de marzo.
Yo no sé de reglas académicas ni estudios. Me dejo guiar por sensaciones y sentimiento. Sin ninguna duda aprender a ver y digerir el arte es la más ardua tarea que podamos guardar en nuestra mochila de colegial. Tagore nos presta como reconocimiento su pájaro perdido: “Esclavo y señor de la naturaleza es el artista, porque es su amante”.

ABELENDA

Te puede interesar