La revolución de octubre catalana

Es curiosa la similitud del proceso separatista catalán llevado a cabo en 1934 y su coincidencia con el de 2017, al haber comenzado ambos en el mismo mes, una paradoja circunstancial no exenta de la responsabilidad en la forma y método.
El caso es que, después de montar todo el circo, el propio Carles Puigdemont coge la puerta y escapa, dejando a sus huestes a pies de los caballos. Es lo que tiene la demagogia servida en caliente, que se abandona el barco en cuanto se ve venir el temporal.
Hay que tener en cuenta la respuesta que se dio en 1934 a la revolución de octubre, que fue repelida de forma política bajo las órdenes del presidente Lerroux. Las tropas al mando del general Domingo Batet, después de haber sido declarado el estado de guerra, abrieron fuego de cañón contra los que estaban en el palacio de la Generalitat, defendido por los Mossos. Aquel golpe independentista duro solo 10 horas, pero, claro, tampoco contaba con el apoyo popular.
Mientras que el pronunciamiento soberanista de 2017 Puigdemont lo llevó a efecto con una mirada retrospectiva de lo que quería hacer y lo hizo. Pero en lugar de tomar medidas políticas y de fuerza, se procedió contra el independentismo por vía judicial, que no es tampoco la panacea que puede solucionar un problema enquistado y que ahora cuenta con un importante seguimiento social, que se brinda a seguir hasta el precipicio a sus líderes. Esa es la diferencia. De modo que, sin soluciones políticas, este conflicto será muy difícil de resolver.
La única solución puede estar en las elecciones de mañana; depende de sus resultados y esto es un enigma y quizás la pregunta del millón. Todo depende de la sociedad catalana y sus esfuerzos en reducir la espiral radical al constitucionalismo o seguir por la vía elegida de la ruptura de España con las graves consecuencias que ello puede llevar. Todo esto quedará despejado o se complicará más esa noche cuando se conozcan los resultados electorales.
La huida hacia delante será un grave peligro para los catalanes; la inseguridad hará perder el apogeo económico del que gozaban y las empresas se seguirán yendo. Pase lo que pase, habrá un antes y un después en todo este proceso absurdo al que nunca se debió llegar si en realidad hubiese sentido de responsabilidad de Estado por parte de los líderes del Gobierno catalán.
Al no haber diálogo sino imposiciones no puede haber entendimiento en ninguna mesa de negociación. Los representantes catalanes han ido de mentira en mentira desde hace algunos años y ahora están en un callejón sin salida. Es la revuelta de octubre que se vuelve en su contra. Esto puede acabar como el rosario de la aurora.

La revolución de octubre catalana

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